viernes, 5 de octubre de 2012

Pacific Beach rules ok!


Sol y playa, buen clima y buena honda. Esto es lo que reina en California, en este caso la bella ciudad de San Diego. Un servidor nacido y crecido en el Mediterráneo se siente como en casa aquí. Nada que ver con la América profunda, más dada a los ranchos y la grasa. Nada que ver. Aquí el personal es más tranquilo, con más clase, menos chichas y bastante más belleza y estilo, todo hay que decirlo. Da gusto.

La jornada ha empezado con una multa de color amarillo en el espejo del Toyota. El rollo es que los jueves noche no se puede aparcar porqué limpian las calles, y como no nos aclaramos mucho pues toma multa de 50 pavos (que la pague Obama). Tras irme a aparcar bien con toda la pájara a las ocho de la mañana, he vuelto a mi sudada cama en la habitación compartida del hostal a terminar mi sueño. Nos despertamos, duchamos y bajamos a ver que dan de desayuno. Unos panqueques de estilo americano poco apetecibles y café del aguado, para variar. Algo es algo, dijo un calvo. Tras cargar pilas y mochilas, nos preparamos para un día de playas varias por la ciudad. Cabe decir que San Diego es enorme – la octava ciudad más grande del país-, por lo que sin coche aquí seríamos unos verdaderos perdedores.

Mítico muelle de madera que se extiende al mar
Para empezar, nos dirigimos a la mítica Pacific Beach,  tierra de surferos y peña de guays. El rollo mola: paseos soleados, tiendas de surf, míticos muelles de madera que se adentran al mar y un clima ideal (aunque la espalda me ha quedado calcinada). En el paseo la gente se ejercita, va en bici, long, skate, snake y lo que haga falta. Pero da la sensación que trabajan menos, porqué aquí el tiempo no es oro, como en las profundidades de Estados Unidos. Muchos greñudos rubios, cachas y chicas finas.

Poniendome teriyaki
Para aderezar el paseo decidimos darnos el lujo de ir a comer sushi. Estamos hasta los mismísimos de comida basura, y tocaba darse un homenaje al precio de 27 dolares. Sashimi, sushi, salmon teriyaki y demás delicias que nos han sentado como un gran balón de oxigeno a nuestro necesitado estómago (mamás, os echamos de menos...). Con el sol del mediodía achicharrando subimos al norte, a la cala de la Jolla. Preciosa. Y encima nos encontramos con un montón de morsas marinas y focas tiradas al sol, que bellos y simpáticos animales. Dan gusto, quien quisiera... La gente nada a su lado, bucea con “snorquels” y lo pasa en grande. Nos ha quedado pendiente, lamentablemente. 

Quien quisiera vivir como ellos, eh?

Preciosa puesta de sol en El Coronado 
Ya para rematar hemos cruzado el gran puente hacia la isla de El Coronado, tierra de pasta gansa. Ahí nos hemos encontrado con un gran hotel con gente dándoselas de chulos en sus terrazas privadas mientras nosotros ansiábamos una birra para divisar la puesta de sol. Como nota curiosa, al norte de la isla hay una pedazo de base militar y los helicópteros nos sobrevolaban sin cesar. Raro, raro. Eso si, el sol y la luz daban gusto, lástima que no hubiera un buen chiringuito playero para gozarlo.

Para terminar, hemos vuelto a nuestro humilde pero acogedor hostal, dónde nos han invitado a cenar hot dogs y unas alubias de bajo nivel y hemos compartido unas cervezas con el resto de alojados. Como nota curiosa, hemos participado en un juego de estos de dibujar palabras en grupo que ha sido buenas risas. El ambiente en estos lugares mola, conoces elementos importantes.
Georgi en medio de la partida improvisada del hostal
                                
Mañana ya partimos hacia Los Ángeles, con intención de visitar Hollywood y Venice Beach, además de los míticos estudios de cine dónde pasaremos un día entero cual buenos turistas. Ya contaremos que tal. Ah, y ya estamos pensando en el día de vuelta para organizarnos y casi nos da algo... :(. De momento, toca seguir disfrutando. Nos vemos pronto! Love!!

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