Sol y playa, buen clima y
buena honda. Esto es lo que reina en California, en este caso la
bella ciudad de San Diego. Un servidor nacido y crecido en el
Mediterráneo se siente como en casa aquí. Nada que ver con la
América profunda, más dada a los ranchos y la grasa. Nada que ver.
Aquí el personal es más tranquilo, con más clase, menos chichas y
bastante más belleza y estilo, todo hay que decirlo. Da gusto.
La jornada ha empezado con
una multa de color amarillo en el espejo del Toyota. El rollo es que
los jueves noche no se puede aparcar porqué limpian las calles, y
como no nos aclaramos mucho pues toma multa de 50 pavos (que la pague
Obama). Tras irme a aparcar bien con toda la pájara a las ocho de la
mañana, he vuelto a mi sudada cama en la habitación compartida del
hostal a terminar mi sueño. Nos despertamos, duchamos y bajamos a
ver que dan de desayuno. Unos panqueques de estilo americano poco
apetecibles y café del aguado, para variar. Algo es algo, dijo un
calvo. Tras cargar pilas y mochilas, nos preparamos para un día de
playas varias por la ciudad. Cabe decir que San Diego es enorme –
la octava ciudad más grande del país-, por lo que sin coche aquí
seríamos unos verdaderos perdedores.
Mítico muelle de madera que se extiende al mar |
Para empezar, nos
dirigimos a la mítica Pacific Beach, tierra de surferos y peña de
guays. El rollo mola: paseos soleados, tiendas de surf, míticos
muelles de madera que se adentran al mar y un clima ideal (aunque la
espalda me ha quedado calcinada). En el paseo la gente se ejercita,
va en bici, long, skate, snake y lo que haga falta. Pero da la
sensación que trabajan menos, porqué aquí el tiempo no es oro,
como en las profundidades de Estados Unidos. Muchos greñudos rubios,
cachas y chicas finas.
Poniendome teriyaki |
Para aderezar el paseo
decidimos darnos el lujo de ir a comer sushi. Estamos hasta los
mismísimos de comida basura, y tocaba darse un homenaje al precio de
27 dolares. Sashimi, sushi, salmon teriyaki y demás delicias que nos
han sentado como un gran balón de oxigeno a nuestro necesitado
estómago (mamás, os echamos de menos...). Con el sol del mediodía
achicharrando subimos al norte, a la cala de la Jolla. Preciosa. Y
encima nos encontramos con un montón de morsas marinas y focas
tiradas al sol, que bellos y simpáticos animales. Dan gusto, quien
quisiera... La gente nada a su lado, bucea con “snorquels” y lo
pasa en grande. Nos ha quedado pendiente, lamentablemente.
Quien quisiera vivir como ellos, eh? |
Preciosa puesta de sol en El Coronado |
Ya para rematar hemos
cruzado el gran puente hacia la isla de El Coronado, tierra de pasta
gansa. Ahí nos hemos encontrado con un gran hotel con gente
dándoselas de chulos en sus terrazas privadas mientras nosotros
ansiábamos una birra para divisar la puesta de sol. Como nota
curiosa, al norte de la isla hay una pedazo de base militar y los
helicópteros nos sobrevolaban sin cesar. Raro, raro. Eso si, el sol
y la luz daban gusto, lástima que no hubiera un buen chiringuito
playero para gozarlo.
Para terminar, hemos
vuelto a nuestro humilde pero acogedor hostal, dónde nos han
invitado a cenar hot dogs y unas alubias de bajo nivel y hemos
compartido unas cervezas con el resto de alojados. Como nota curiosa,
hemos participado en un juego de estos de dibujar palabras en grupo
que ha sido buenas risas. El ambiente en estos lugares mola, conoces
elementos importantes.
Georgi en medio de la partida improvisada del hostal |
Mañana ya partimos hacia
Los Ángeles, con intención de visitar Hollywood y Venice Beach,
además de los míticos estudios de cine dónde pasaremos un día
entero cual buenos turistas. Ya contaremos que tal. Ah, y ya estamos
pensando en el día de vuelta para organizarnos y casi nos da algo...
:(. De momento, toca seguir disfrutando. Nos vemos pronto! Love!!
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